BBC News Mundo
Lucía Blasco
15 junio 2021
Liz Chicaje Churay solo tenía 16 años cuando abrazó una adultez prematura, asumiendo dos roles que definirían su lugar en el mundo: madre y activista.
Con su bebé a cuestas, comenzó a viajar por el extremo noreste de su país, Perú —atravesando la región de Loreto, en la Amazonía, cerca de la frontera con Colombia—, para defender a su comunidad de la explotación forestal y de la minería ilegal.
Hoy es madre de cinco hijos y una activista incansable que se ha convertido en una figura esencial en la lucha por proteger la Amazonía peruana y los pueblos que la habitan.
La Fundación Goldman acaba de entregarle uno de sus seis premios anuales* —los llamados “Premios Nobel de Ecología”— por sus esfuerzos a lo largo de más de 20 años.
Los comienzos para afrontar esa lucha no fueron fáciles. “Al principio me daba miedo plantarle cara a todas esas personas que trabajan en asuntos ilegales”, le cuenta a BBC Mundo en conversación telefónica.
Su voz cobra fuerza cuando recuerda por qué lo hizo: “Había visto durante toda mi vida cómo mis padres y mis abuelos lucharon por defender nuestro territorio. Tenía que hacerles justicia”, dice con aplomo.
Nacida en el seno de una familia indígena bora dedicada a la artesanía y la agricultura, su infancia transcurrió rodeada de naturaleza, pero también de la abrumadora tala ilegal que la amenaza. Y se propuso hacer algo al respecto.
Su mayor logro hasta la fecha es haber impulsado la creación de un área protegida en Perú, el Parque Nacional Yaguas.
La zona reservada alberga más de 800.000 hectáreas de selva tropical y es un puñado de “megadiversidad” con más de 3.000 especies de plantas, 500 especies de aves y de peces, manatíes, delfines de río, nutrias gigantes y monos lanudos. Además, tiene una importante conserva de humedales abundantes en carbono, que ayudan a mitigar los efectos del cambio climático.
El parque no está habitado, pero 29 comunidades indígenas viven muy cerca de sus límites, y su protección es vital para su supervivencia.
“Durante los últimos 20 años, la explotación forestal y la minería ilegales han asolado la región y a sus habitantes, quienes han denunciado y resistido durante mucho tiempo la usurpación”, explica la Fundación Goldman.
“Chicaje y sus socios lanzaron una campaña que cubrió varios frentes para apoyar la creación del parque. […] Es un paso clave en la conservación de los ricos ecosistemas del país”, añade la organización.
Liz dice que está orgullosa de todo lo que ha logrado, pero siente que todavía falta mucho por hacer.
En esta entrevista con BBC Mundo habló sobre su lucha y sobre los “retos pendientes” en la protección de la Amazonía peruana y de los pueblos, como el suyo, que viven en ella.
La lucha por proteger la Amazonía peruana se ha convertido en tu batalla vital. ¿Cómo empezó todo?
Empezó, más que todo, a raíz de los trabajos ilegales de los foráneos, que siempre estaban en diferentes cuencas del río para deforestar, para trabajar la minería ilegal, para cazar y principalmente para dedicarse a la tala ilegal.
Asumí el compromiso de defender nuestra tierra de esos foráneos al convertirme en la dirigente de mi cuenca [como presidenta de la Federación de Comunidades Nativas del Río Ampiyacú].
Tuvimos que hacer un arduo trabajo para acabar con esas actividades ilegales en nuestro territorio.
Yo tenía 16 años cuando comencé a asistir a reuniones sobre la defensa del territorio ancestral bora. Y es la causa más importante a la que me he sumado en toda mi vida.
Eras muy joven...
¡Ah, sí…! Bueno, es que desde que tengo uso de razón veía cómo mi papá, mi mamá y mis abuelos trabajaban con los dirigentes, que ya muchos nos dejaron…, en su compromiso por el medio ambiente y por el territorio. Eso me llamaba mucho la atención.
Yo tenía que hacerles justicia. Tenía que seguir con el legado de lucha que ellos dejaron, tenía que seguir adelante para que esa lucha se hiciera realidad.
¿Qué significó para ti estar al frente y ser líder de tu comunidad?
Al principio sentí temor porque me estaba enfrentando a personas que trabajan en asuntos ilegales y están dispuestos a hacer muchas cosas.
Pero después me di cuenta de que uno no trabaja solo. Una tiene que regirse por quienes son competentes en este tema del medio ambiente y buscar ayuda en las instituciones que forman parte del cuidado del bosque.
Y así fue como hice.
Gracias a esa cooperación se creó en 2018 el Parque Nacional Yaguas. La Fundación Goldman dice que fue “un paso clave” en la conservación de la biodiversidad de Perú y en la protección de los pueblos indígenas. ¿Cuál es tu visión?
La creación del parque ha sido importante, pero no deja de ser un punto más en la lucha para que las comunidades indígenas seamos escuchadas por el Estado y por las instituciones competentes de formalizar esas áreas.
Hoy esa zona está más cuidada y más protegida. Ya no estamos todo el tiempo pendientes de si los ilegales van a entrar porque ahora hay guardabosques que la defienden.
Pero tenemos que seguir alerta; no se puede bajar la guardia con las incursiones ilegales.
¿Se siguen haciendo actividades ilegales en la zona reservada desde que se creó el parque natural?
No, que yo sepa. No hemos visto todavía ninguna tala ni deforestación.
Hace un mes, gracias a la Sociedad Zoológica de Fráncfort Perú (FZS Perú), que trabaja en conjunto con nosotros, hicimos un sobrevuelo por el área. Yo fui una de las invitadas para ver la realidad de ese área. Y está intacta.
Me alegra mucho el trabajo que se hizo porque realmente se está protegiendo y los ilegales han aprendido a respetarnos a las organizaciones y a los pueblos indígenas. Pero, como siempre digo, hay que trabajar más.
¿Cómo te afectaron a ti y a tu comunidad las actividades ilegales?
Para empezar, no fue solamente mi comunidad. Las 14 comunidades indígenas -de los bora, los ocaina, los yagua y los huitoto- que vivimos en el Amazonas peruano se vieron afectadas.
A mí me llamaron la atención tres cosas.
Lo primero que uno ve es la distribución de la riqueza. Solo se ve la riqueza en los patrones. Las familias que se dedican a trabajar siguen siendo pobres, mientras los ilegales se lucran a nuestra costa. Eso es algo que he visto y he sentido toda mi vida.
La segunda es que en el río en el que yo vivo, el Ampiyacú, se escuchaban día y noche los motores de los peque-peque [embarcaciones fluviales de madera], que iban llenos de troncos de madera que sacaban constantemente de las áreas de nuestras comunidades.
Y en tercer lugar el desorden que dejan los invasores en nuestras comunidades. Su descuido afecta a muchas de nuestras familias también. Nos faltan al respeto.
Tenemos que seguir alerta. No se puede bajar la guardia con las incursiones ilegales en el Amazonas”.
A mí me llamaron la atención todas esas cosas y me dije: “¡No! ¡Esto no puede seguir así! Tengo que hacer algo por mi cuenca y por mis comunidades”. Y tuve la oportunidad de ser una dirigente. Así que asumí esa labor para buscar un cambio y acabar con ese trabajo ilegal.
Han pasado más de 20 años desde que asumiste aquel compromiso por primera vez. ¿Lograste todo lo que se propuso la activista adolescente que fuiste?
Hicimos mucho, pero lo que yo veo y siento es que todavía falta mucho por trabajar para que las comunidades y sus territorios puedan consolidar realmente el cuidado de los territorios indígenas y de la selva amazónica.
¿Qué aspectos crees que hay que seguir trabajando?
Hace falta reforzar el compromiso del Estado con las comunidades. Cuando firmamos el acta para la creación del parque nacional (en 2018), el Estado se comprometió a apoyar a las comunidades en cada una de sus necesidades. Esa parte no se tiene que quedar en el olvido.
Hay que cumplir con ese compromiso y que se respete el acuerdo que tuvimos. Es por lo que yo siempre estoy luchando: por que se cumpla ese acuerdo.
¿Y en qué consiste ese acuerdo?
La mayor parte tiene que ver con la salud, la educación y la comunicación de las comunidades indígenas.
Hoy en día, la comunicación es precaria para nosotros. Hay comunidades que han pedido que mejore la infraestructura de la posta. Están lejos y olvidadas año tras año, décadas tras décadas. La realidad es penosa.
El tema de internet también es penoso porque si algo nos pasa no hay cómo hacer una comunicación rápida para una emergencia.
Visitando las comunidades en verdad muchas veces da tristeza ver cómo el Estado tiene a los pueblos indígenas.
En cuanto a educación, hace falta capacitar más a los maestros. Muchas veces los maestros ni siquiera llegan.
Estas son algunas de las necesidades que pidieron las comunidades. Son muy importantes para nosotros.
Y vamos a seguir protegiendo nuestras comunidades y nuestro territorio.
¿Cuál es el motivo más importante para protegerlo?
En primer lugar, porque es un lugar de reproducción de especies de plantas y animales muy diversas. Ese es el primer punto que hay que proteger, la diversidad.
Es una de las causas por la que nosotros luchamos. Es importante ahora y lo va a seguir siendo toda la vida.
*Los seis premiados este año por la Fundación Goldman son: GLORIA MAJIGA-KAMOT, (Malawi), THAI VAN NGUYEN (Vietnam), MAIDA BILAL (Bosnia y Herzegovina), KIMIKO HIRATA (Japón), SHARON LAVIGNE (Estados Unidos) y LIZ CHICAJE (Perú).
Tomado de: https://www.bbc.com/mundo/noticias-57241331