Infobae
11 de enero de 2021
ITAPUÃ DO OESTE, Brasil, 11 ene (Reuters) – Científicos con machetes se aventuraron en el Amazonas, atravesando la densa jungla mientras la temperatura de media mañana subía más allá de los 38 grados Celsius.
Empapados en sudor, el pequeño grupo de mujeres y hombres cortó y arrancó árboles rama por rama. Perforaron el suelo y rociaron con pintura los troncos de los árboles.
Esto es vandalismo en nombre de la ciencia.
En los árboles, a unos 90 kilómetros de la capital del estado de Rondônia, Porto Velho, los investigadores brasileños buscan saber cuánto carbono puede ser almacenado en diferentes partes de la selva tropical más grande del mundo, ayudando a frenar las emisiones de la atmósfera que fomentan el cambio climático.
«Es importante porque estamos perdiendo bosques a nivel mundial», dijo Carlos Roberto Sanquetta, profesor de ingeniería forestal de la Universidad Federal de Paraná en Brasil.
«Necesitamos entender cuál es el papel que juegan los bosques», tanto en la absorción de carbono cuando se deja intacto, como en su liberación cuando se destruye.
Sanquetta dirigió la expedición de la investigación que duró una semana durante el mes de noviembre, supervisando a un equipo que incluía a un botánico, agrónomo, biólogo y varios otros ingenieros forestales para tomar innumerables muestras de vegetación, viva y muerta, para su análisis.
Es un trabajo riguroso y elaborado, a menudo en condiciones húmedas e infestadas de insectos, que involucra motosierras, palas, sacacorchos y calibradores.
«Estos no son científicos de bata blanca que simplemente dan conferencias a la gente», dijo Raoni Rajão, quien se especializa en gestión ambiental en la Universidad Federal de Minas Gerais y que no está involucrado con el equipo de Sanquetta. «Son personas trabajadoras que se ensucian las manos».
(Gráfico “Laboratorio en la selva amazónica”: https://tmsnrt.rs/3bt4H1I)
UN ENFOQUE HOLÍSTICO
El equipo brasileño es sólo un contingente entre cientos de investigadores que buscan medir el carbono en el complejo y ambientalmente crucial ecosistema de la selva amazónica, que se extiende por más de cinco millones de kilómetros cuadrados en nueve países.
Algunas investigaciones sólo buscan cuantificar el carbono en los árboles, pero Sanquetta dice que el enfoque de su equipo es holístico, midiendo el carbono en la maleza, el suelo y también en la materia vegetal en descomposición. Además, su equipo está mirando más allá del bosque primario, examinando áreas reforestadas para arrojar nuevas luces sobre cuánto carbono contienen, información clave para incentivar los esfuerzos de restauración.
El dióxido de carbono (CO2) es el más común de los gases de efecto invernadero, que retiene el calor en la atmósfera terrestre. Los árboles absorben el dióxido de carbono de la atmósfera y lo almacenan como carbono, una de las formas más baratas y sencillas de reducir las emisiones.
Sin embargo, el proceso también funciona a la inversa. Cuando los árboles se talan o se queman, a menudo para dar paso a granjas o pastos para vacas, la madera libera CO2 a la atmósfera.
“Cada vez que hay deforestación, es una pérdida, hay una emisión de gases de efecto invernadero”, dijo Sanquetta, quien es miembro del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU, la principal autoridad mundial en ciencias del clima.
Con las tasas de emisión actuales, se espera que las temperaturas globales aumenten alrededor de 2,9 grados Celsius para 2100, según el consorcio sin fines de lucro Climate Action Tracker, superando con creces el límite de 1,5 a 2 grados necesario para evitar cambios catastróficos en el planeta. El cambio climático eleva el nivel del mar, intensifica los desastres naturales y puede estimular la migración masiva de refugiados.
La deforestación en el Amazonas se ha acelerado durante la administración de Jair Bolsonaro, el presidente derechista de Brasil. Desde que asumió el cargo en 2019, se han liberado al menos 825 millones de toneladas de CO2 producto de la desforestación del Amazonas brasileño.
Eso es más de lo que emiten todos los automóviles de pasajeros de Estados Unidos en un año.
En un comunicado, la oficina del vicepresidente brasileño, Hamilton Mourão, quien lidera la política amazónica del gobierno, dijo que el aumento de la deforestación es anterior a la actual administración y que el gobierno ha estado trabajando las 24 horas del día para frustrar la minería destructiva y el tráfico de madera.
“No hemos logrado el grado de éxito deseado, pero podría haber sido peor”, dijo el comunicado.
MEDIDAS METICULOSAS
La clave para comprender y abordar la amenaza climática es brindar más precisión a las mediciones de carbono en los bosques en retroceso.
“Todos quieren esta información”, dijo Alexis Bastos, coordinador de proyectos del Centro de Estudios Rioterra, una organización brasileña sin fines de lucro que brinda apoyo logístico y financiero al equipo de Sanquetta.
Hoy hay científicos que miden el carbono de los bosques en casi todos los continentes.
Aparte del equipo de Sanquetta, por ejemplo, la Red Amazónica de Inventarios Forestales con sus más de 200 científicos asociados está tratando de estandarizar el carbono y otras mediciones, recolectando grandes cantidades de datos para “cuantificar” el bosque.
El desafío es que “hay diferencias en las especies en el Amazonas. En Perú en el suroeste y en Guyana en el noreste prácticamente no hay superposición de especies, por lo que son plantas completamente diferentes en exactamente el mismo clima”, dijo Oliver Phillips, coordinador de la Red y ecólogo tropical de la Universidad de Leeds del Reino Unido.
Los socios de la Red utilizan parámetros precisos para capturar los principales reservorios de carbono, incluida la materia vegetal muerta y los suelos. Por ejemplo, si un árbol está en el borde de una parcela, debe medirse sólo si más del 50% de sus raíces están en la parcela.
Ningún equipo podía esperar obtener muestras suficientes de la vasta selva tropical para un recuento exacto del carbono que alberga el Amazonas. También es un objetivo móvil: la selva amazónica, que varía desde una jungla enmarañada hasta espacios fluviales más abiertos, está en constante cambio, a medida que se talan más árboles mientras se aceleran los esfuerzos de restauración.
El equipo de Sanquetta inició su actual línea de investigación en 2016, contando con el apoyo de Rioterra, que a su vez recibió financiamiento de Petróleo Brasileiro S.A. (Petrobras), la petrolera estatal brasileña. En ese momento, Rioterra estaba replantando áreas destruidas de la selva amazónica y quería saber cuánto carbono se estaba secuestrando.
Petrobras dijo a Reuters en un comunicado que había estado trabajando durante años para cumplir con sus compromisos de “responsabilidad social”, lo que, entre otras cosas, significaba suministrar energía mientras “superaban los desafíos de sostenibilidad”.
Cada expedición semanal cuesta unos 200.000 reales (36.915,35 dólares). Sanquetta dijo que su proyecto no ha recibido dinero de Petrobras directamente.
Cuando se acabó la financiación de Petrobras, el equipo encontró el apoyo del Fondo Amazonía, respaldado por los gobiernos de Brasil, Noruega y Alemania.
Los hallazgos preliminares indican que plantar una mezcla de especies amazónicas es más efectivo para aislar carbono que permitir que el área vuelva a crecer naturalmente.
Pero los hallazgos también sugieren que no hay sustituto para los bosques intactos: una hectárea de bosque virgen de Rondônia contiene un promedio de 176 toneladas de carbono, según el análisis de Sanquetta con los datos del Ministerio de Ciencia de Brasil. En comparación, una hectárea de bosque replantada después de 10 años contiene alrededor de 44 toneladas y las fincas de soja tienen un promedio de sólo 2 toneladas.
SANANDO EL PLANETA
En la jungla, los miembros del equipo de Sanquetta ahuyentaron a las abejas sin aguijón y sus enjambres, mientras diseccionaban una parcela de 10 por 20 metros que ha estado creciendo de forma natural durante casi 10 años, abandonada por un granjero.
El equipo contó 19 árboles con troncos que miden al menos 15 centímetros de circunferencia, un umbral por encima del cual los árboles generalmente contienen significativamente más carbono. Edílson Consuelo de Oliveira, un botánico de 64 años del vecino estado de Acre, envolvió una cinta métrica alrededor de uno de ellos.
“¡Bellucia!”, gritó, identificando al Bellucia grossularioides, un árbol frutal que es uno de los más rápidos en volver a crecer. Recitó las medidas, mientras otro científico las anotaba.
Un biólogo clava marcadores numéricos en los troncos de los árboles. Mientras tanto, algunos en el grupo están cortando un árbol con una motosierra, seleccionada para la “autopsia”. El tronco podado se cortó en pedazos, las hojas se despojaron y se embolsaron, y el tocón se desenterró y se pesó en una balanza colgada de las ramas de arriba.
“Es destructivo, pero sólo lo hacemos con unos pocos árboles”, dijo Sanquetta.
Otro grupo clavó un sacacorchos de metal motorizado de un metro en el suelo y extrajo tierra de cuatro profundidades diferentes. Otros midieron el ancho de las plantas en descomposición con calibradores y rastrillaron los escombros del suelo.
Las muestras se llevaron de regreso al laboratorio, donde el equipo las secó y pesó, antes de incinerarlas en una cámara de combustión seca que les permite medir la cantidad de carbono que contienen.
El equipo midió 20 parcelas durante una semana de trabajo en noviembre. El objetivo final es 100 parcelas para este año.
El trabajo ofrece “una forma de medir la salud del planeta”, dijo Rajão, pero también “la rapidez con la que se podría curar el planeta”. (Reporte de Jake Spring en Brasil; Editado por Katy Daigle, editado en español por Benjamín Mejías Valencia/Gabriela Donoso)