El Nuevo Siglo
29 de marzo de 2021
“Un día caminando por el extenso bosque húmedo del Guaviare vi varios monos ardilla. Luego vi una garza azul y al rato un águila pescadora”, dice susurrando el biólogo y ornitólogo César Arredondo, mientras de cerca lo siguen expectantes un grupo de periodistas, camarógrafos y fotógrafos, en medio de la selva amazónica del sureño departamento del Guaviare.
Los visitantes esperan detrás de sus lentes la aparición en la copa de los árboles de los monos ardilla mientras escuchan a lo lejos el sonido de los monos aulladores.
El recorrido se realiza con el mayor sigilo pero sin perder ningún detalle de vista, en medio de uno de los paisajes más extraordinarios y a la vez más biodiversos que un fotoperiodista pueda captar en la puerta de la Amazonía colombiana: La Serranía de la Lindosa.
Hacia donde se mire en el horizonte se observa solo la selva, que se entrelaza con una cadena de formaciones rocosas de infinidad de montañas, colinas y túneles, que se extienden por un inmenso territorio de 12 mil hectáreas en el Guaviare.
Los guías guaviarenses, Edwin Barreto y Cesar Arredondo, son los encargados de acompañarnos. Es fácil corroborar cada una de sus palabras, pues, a cada paso que se da, es frecuente ver fauna silvestre: un ave pequeña allí o un gallito de la roca guyanés (Rupicola rupicola) por allá, que es una escurridiza especie que solo habita en los países de la cuenca amazónica de Sudamérica.
Incluso un mono churuco (Lagothrix lugens), que salta entre los árboles, sacude su cara y nos mira con recelo. El mamífero va a refugiarse en uno de los cientos de árboles sin perdernos de vista, mientras los lentes giran velozmente, intentando enfocarlo para captar su perfecta imagen entre el denso matorral.
Es este territorio, poco explorado, se siente mucha paz como resultado del encuentro de cientos de especies vegetales y animales al servicio de los sentidos.
Pinturas rupestres
Entre la capital San José del Guaviare, y el Raudal del Guayabero, hay unos 38 kilómetros que se pueden hacer en una voladora (lancha rápida), navegando por el majestuoso río Guaviare hasta su nacimiento, en donde desembocan los ríos Ariari, proveniente del Meta y el Guayabero, (Guaviare) y es en este último donde inicia el trayecto final del recorrido.
El río pasa justo entre la unión de las Serranías de La Lindosa (Guaviare) y la Serranía de la Macarena (Meta) y es en la primera que queda el puerto, que no es más que una casa que antes servía como punto de provisión para los cultivadores, en donde por más de tres décadas, el tesoro arqueológico color ocre que resguarda el Raudal del Guayabero, se mantuvo escondido entre el verde profundo de la coca.
Es en este lugar donde empieza una larga caminata de subida de una hora aproximadamente, donde el denso bosque del Guaviare protege uno de los yacimientos arqueológicos más importantes, pero poco conocidos de Colombia. En las lisas paredes de un afloramiento rocoso, propio de la Serranía de la Lindosa, se encuentra uno de los murales más importantes de la pintura rupestre colombiana.
Aún no se ha podido fechar exactamente por los arqueólogos, pero con las excavaciones y el estimativo del radiocarbono, se especula que puede datar de hace 12.600 años; incluso más reciente, de entre 7.000 y 8.000 años. No se sabe con qué material fueron hechos esos murales, que superponen escenas en las que se reconocen figuras de dantas, lagartos, mujeres embarazadas, escaleras y danzas rituales.
“Lo que vemos son unas pinturas que planteamos como potencial de mega fauna extinta. Esto aparece en paneles que ya habían sido registrados tiempo atrás en la Serranía de la Lindosa”, afirma Jairo Bueno, Coordinador de turismo del departamento del Guaviare.
La comunidad de cerca de 60 personas, quienes por años vivieron de la coca y hoy le apuestan al turismo natural, son los protectores de este tesoro arqueológico.
“Ya los turistas están llegando y tiene un contacto cercano con la comunidad. Atraviesan el cañón en una canoa motorizada, visitan las pinturas con un guía baquiano y suben a un mirador natural que tiene una imponente vista de todo el río y el Parque Nacional de La Macarena”, afirma Fredy Clavijo, un joven que recibe a los visitantes en una caseta de madera sobre el río.
El Escudo Guayanés
Edwin Barreto es un guía profesional de turismo que afirma que Colombia alberga uno de los suelos más antiguos y biodiversos del planeta, ubicado en el Escudo Guayanés, una región geográfica “que data del origen precámbrico“.
Barreto hace su exposición desde la cima de una colina mientras mira a la distancia la Puerta de Orión, una imponente estructura rocosa de más de 12 metros de alto por 15 de ancho, lugar emblemático de la zona, la cual se encuentra a tan solo siete kilómetros de San José del Guaviare.
Se denomina la Puerta de Orión debido a que, según los pobladores locales, desde este lugar se alinea el cinturón de Orión y se puede ver a través de él. La Puerta está rodeada de una amplia extensión de vegetación, que se puede cruzar en un recorrido de alrededor de 40 minutos, donde se contempla la belleza geológica de uno de los lugares turísticos más impresionantes de la región.
Luego de un recorrido de no más de cinco minutos, se llega a una de las rocas más antiguas del planeta, con 1.300 millones de años y 800 metros de altura.
Estos ecosistemas albergan especies de flora y fauna que sólo existen allí, en la puerta de la Amazonía colombiana. Se trata de un mundo perdido, virgen e inexplorado. Un territorio que se extiende por cuatro departamentos: Caquetá, Guainía, Vaupés y Vichada.
¿Escudo Guayanés? Suena rara la palabra, pero se trata de unas rocas muy particulares que afloran a la superficie y forman una suerte de serranías que están inmersas en un contexto amazónico o de la Orinoquia.
Como ejemplo se encuentran la Serranía de Chiribiquete o La Lindosa. Lo particular es que toda la fauna y flora que está asociada a esas formaciones rocosas es antiquísima también. Y como son islas, tanto la fauna como la flora han permanecido millones de años aisladas. Hay plantas únicas, como la flor del Guaviare.
Su clima es tropical y la temperatura oscila entre los 25 °C y 30 °C. Por eso, mientras se hacen largas excursiones entre ‘ciudades’ naturales de piedra, es posible encontrar ríos con agua cristalina que permiten ver los hermosos colores de la planta acuática macarenia clavigera.
Damas del Nare
Desde el puerto de San José del Guaviare, en un recorrido que toma tres horas por el río Guaviare, y una hora larga de caminata en medio de la selva, se llega a la laguna Damas del Nare, hábitat de delfines rosados llamados por los lugareños como ‘Taty’. Son animales muy amigables tanto así que, ante los aplausos, sacan parte de su cuerpo del agua para saludar a quienes los visitan.
Econare es la administradora turística de la laguna, una organización de campesinos desplazados por el conflicto que azotó la zona en el pasado. Ellos crearon la empresa que se encarga de recibir a viajeros de todas partes del mundo para mostrarles a los delfines de río y, además, para que se deleiten con su amplia gastronomía basada en el pescado, tubérculos y frutas./Agencia Anadolu